¡El relativismo es el traficante de caballos!

El relativismo demuestra ser un dulce compañero. El relativismo es el tratante de caballos del Abbé Donissan. Puedes viajar con él. No es aburrido, se mantiene en su lugar y muestra una empatía inquebrantable. Sin embargo, no conoce la compasión. Es un problema ? Más bien una ventaja, no contradice, está de acuerdo conmigo. Con precisión, anticipa mi acuerdo, a veces incluso lo concibe antes de que yo lo haya pensado. El relativismo da la impresión de dominar todas las certezas y se ha convertido así en la religión de la época, es una emanación de la República que es a su vez una emanación de la Monarquía. El relativismo es, por lo tanto, un hijo natural del laicismo, por eso, ¡es su deber! — advierte a casi todas las religiones, un poco menos a los que pueden chantajearlo, con fuerza a los que quisieran reencontrarse con un pasado perdido. El relativismo no viene a ayudar, se contenta con su papel de testigo; actúa y consiente, es técnico, administrador, estadístico. No es dócil, no siente la necesidad. No es humilde aunque a veces se las arregla para hacerse pasar por humildad, pero a diferencia de este último, el relativismo no requiere cuestionamiento. Es ciertamente reconfortante, basado en el egoísmo y la satisfacción inmediata. Cuando la humildad empuja a confesar las faltas, el relativismo encuentra excusa para todas las infracciones reivindicando la regla de la doble moral que, como su nombre indica, puede servir al chivo y al repollo. Donde la humildad es un aprendizaje de la ley para acceder al espíritu, el tratante de caballos propone olvidar la ley y el espíritu para vivir . Vivir con plenitud o vivir una especie de plenitud. El relativismo provoca así la muerte, lenta y suavemente, porque borrará hasta la presencia de ideas en nosotros, nos deshumanizará con absoluta certeza. Y estaremos de acuerdo con él. Nos convertiremos en robots. Estaremos de acuerdo con él porque nos ofrece un consuelo inmediato, el que bien merecemos, el de la impresión, aquél donde la impresión oculta la imagen de la que Narciso se enamoró mirándola, olvidándose de sí mismo, sin conocerse, hipnotizado hasta la muerte de sí mismo. La muerte que nos sobreviene.


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