Antígona, rebelde e íntima (7/7. Amor)

7ma y última parte: Amor

El deseo de Antígona es la familia, no quiere dejar insepulto a su hermano; Creonte, quiere afirmarse como rey y mostrar su poder. Antígona favorece los lazos familiares que encarnan el amor y revelan un ser. Creonte establece su poder al firmar un acto de ley que debe establecer su autoridad. La misma palabra caracteriza su acción: deseo. Pero el deseo no reconoce el deseo en el otro, uno podría creer, especialmente si uno está tentado a adorar el deseo por sí mismo, que el deseo dobla cualquier deseo que encuentra. Entre Creonte y Antígona, lo que cuenta es la medida de los deseos. Frente a frente, Antígona y Creonte aumentarán la medida de sus deseos a la adversidad que encuentran. Pero, ¿sigue siendo comprensible hoy en día la fuente del deseo de Antígona? En efecto, el deseo de Antígona, este deseo que se basa en la justicia, la justicia hecha y devuelta a los restos de su hermano y a los dioses, este deseo adquiere todo su sentido, porque es comunal, es parte de una ciudad y en una visión familiar, reducida de la ciudad, y en una creencia, Antígona se apoya en los dioses para desafiar a Creonte. Antígona no expresa un deseo personal, defiende una ley eterna, defiende su deber de decirlo, de reclamarlo ante cualquier poder que se crea superior a ella. ¿Desde cuándo ya no escuchamos a nadie ponerse de pie en el espacio público para reclamar su deber a costa de su vida? Lo peor ? Nos hemos acostumbrado a este silencio, a esta resignación, las leyes trascendentales ya no nos dicen mucho, entonces nada viene a sobresalir y por tanto corregir las leyes que pasan frente a nosotros y nos envuelven como basura en un torrente de agua. Las comunidades que fortificaban al individuo dentro de un espacio que lo protegía y le permitía crecer se hicieron añicos. El individuo ahora parece un electrón loco que sólo puede construirse a partir de ráfagas de viento que constantemente lo agotan y lo confunden y borran hasta el gusto por el sentido que se le debe dar a su vida. La vida social se basa en la ley y sólo en la ley, pero en un lugar sin geografía formado por gente de la superficie, todos los derechos son iguales y aplastados en una odiosa confusión. Creonte tiene el poder. Antígona es la hija de Edipo. En un momento en que ya no se trata de tener, de poseer, de adquirir, Antígona pesa —puesto que es necesario evaluar— muy poco. La destrucción metódica de toda la metafísica es semejante a un crimen contra la humanidad. Quizás el más grande que el mundo haya conocido jamás. Ya que con un clic puedo adquirirlo todo, solo necesito saber mi deseo para satisfacerlo. Entendemos también que este deseo individual que nada protege de su apetito no acepta límites y en especial los que le imponen los demás; entonces entra en juego la envidia, el deseo degradado, degradado.

El ser no se opone necesariamente al tener, si el tener permite la reflexión ligada a esta posesión. La voz que entra por los poros de la piel, nutre el ser, el conocimiento, te permite tener otra relación contigo mismo y por ende con los demás. Conocer al otro sin conocerse a sí mismo es como un exotismo, y este descubrimiento quedará en la etapa de tenerlo, significará lo inauténtico y contará una violación, noticia de la que hay tantas, la violación de el otro porque es diferente. Cuanto más rechazamos la idea de ser, más nos atormenta esta idea, solo tenemos nuestra varita mágica, la técnica, para esperar saldar su cuenta de una vez por todas. La lucha es feroz, creemos que vamos avanzando, nos sorprende un hecho hasta ahora desconocido. Nos movemos rápido como un caracol. Todas nuestras decisiones parecen nulas y sin efecto, podemos entrenar duro para correr y ser golpeados con un ataque al corazón. Todos los consejos parecen estar dirigidos a otros que a nosotros o en el momento equivocado. Nuestro equilibrio es precario y pretendemos olvidarlo para dejar florecer nuestro orgullo. Solo la técnica puede salvarnos y creemos que el NBIC vendrá en particular bajo el nombre de transhumanismo para resolver la ecuación de la vida. Pero ya la rebeldía de la naturaleza nos recuerda ya todos aquellos que por ideologías habían desterrado hasta la palabra naturaleza, que el hombre rinde cuentas y nunca dejará de rendir cuentas. El mundo sin Dios inauguraba nuestra omnipotencia o nuestro deseo debía ser saciado hasta dejar de tener sed; este poder tan denigrado en la tragedia es siempre castigado por los dioses con crueldad complaciente. Ya nada nos armoniza, y somos como un instrumento musical de valor desafinado. "Seréis como dioses", dijo la serpiente a Adán y Eva, comiendo el fruto del conocimiento, del conocimiento desenfrenado, del conocimiento que hace creer a Dios al conocimiento que mata a Dios. “Conócete a ti mismo” “Pero no demasiado” se responden como un eco de los dos fragmentos de citas de Delphi. Narciso será feliz "si no se conoce a sí mismo", predice el adivino. El conocimiento del bien y del mal, este conocimiento “cara a cara” del que habla San Pablo no puede tener lugar durante nuestra vida, de lo contrario seremos consumidos por sus fuegos abrasadores.

¿Cómo vivió Antígona después de la muerte de su padre? Esperando a sus hermanos, en el desamor de verlos discutir, pelear, pelear y matarse. Ella que siempre había querido ser el bálsamo que calmara el dolor y las pasiones. Ella, que siempre habrá tenido una aguda conciencia de la maldición que pesa sobre su familia. Así evoca Hémon la figura de Antígona que ilumina siempre la ciudad de Tebas: "A mí, se me permite oír en las sombras lo que se dice, el dolor de la ciudad por este niño. Se dice que, de todas las mujeres, es la que menos merece una muerte ignominiosa, dada la brillantez de sus actos. Ella es la mujer que no permitió que los perros devoradores de carne viva ni ninguna ave de rapiña destrozaran el cuerpo insepulto de su hermano de sangre, caído en una matanza. ¿No se merece esta mujer, para recibir una recompensa de oro? La ciudad de Tebas ama a Antígona. Es hija de Edipo y, a pesar de todas sus desgracias, su leyenda sigue viva. Edipo no es una víctima habitual. ¿Es realmente una víctima? Lucha, lucha, nunca deja de escudriñar su alma, aun cuando el desastre lo envuelve. Antígona sobrevivió. ¿Cómo lo hizo? Toda Tebas se enorgullece de la fuerza vital de Antígona. Toda Tebas lamenta que una ley inicua la hiera, porque toda Tebas sabe que Antígona permanece fiel a lo que es, la que no le queda más que a sí misma. Esto impone el respeto de la gente de Tebas. Antígona no necesita hablar a toda costa para que la gente de Tebas comprenda el sentido de su existencia, todo lo que hace, todas sus acciones están guiadas por esta fidelidad que es sólo la expresión del amor que tiene por su familia. Y su último gesto expresa este amor a la perfección, el amor no puede perecer, Antígona no quiere que sus recuerdos, todo este amor acumulado en su familia a pesar de la maldición, a pesar de todo, se evapore y ya no quiera decir nada. . Antígona quiere ser fiel, enteramente fiel, ella jadea de esta fidelidad que es toda su vida. Hay que ver en ello la apariencia exterior de una profunda vida interior.

Antígona ha recogido sus recuerdos de infancia, sus alegrías y sus sufrimientos; ella sabe que allí reside la verdad de su ser que le permite lograr esta coincidencia de sí mismo con sí mismo, esta concordancia de cuerpo, mente y alma y el apaciguamiento de esta última. Como Ulises que nunca deja el recuerdo de Penélope o mejor dicho Ulises lo deja a veces, pero luego es el recuerdo el que vuelve para perseguirlo. La vida interior resulta ser un remedio para todas las derrotas, todas las humillaciones, todos los daños. La similitud con el héroe de Ítaca también puede continuar: como Odiseo, Antígona no es nadie, lo que significa que su identidad está siempre por venir, que su apariencia, su vida exterior ilustrada por su nombre, no es nada en comparación con su vida interior, señalar también que con el nombre pronto se la habría catalogado como hija de Edipo y punto. Nadie abre la puerta a un infinito que puede ser una inmensa orilla donde uno se perderá para siempre, o bien una donde uno se encontrará intacto, pero probado. Antígona se encuentra enterrando a su hermano en contra de la ley y desafiando su vida. Lo que Antígona quiere decir se resume en este gesto. Ulises, un poco más atontado, tendrá que esperar a encontrarse con la mirada de Penélope para coincidir por completo consigo mismo. En ambos casos, Antígona y Ulises tejen y retejen sus tradiciones, son fieles a lo que son ya la idea que tienen de lo que son. Este momento raro y eterno sólo puede ser explicado en la historia de toda la humanidad por el amor. Nadie, como la máscara de la tragedia. Nadie no es nada, sino algo distinto de lo que es. Prosopon significa el rostro en griego, y la persona en latín, el personaje teatral. Esta palabra revela, en retrospectiva, el paso del testigo de Grecia a la antigua Roma. En la tragedia, el actor se pone una máscara para no revelar ninguna de sus emociones a los espectadores y para que solo sus palabras y acciones definan su identidad. En la antigua Grecia, ocultamos lo que no se ve. No soy nadie, porque no tengo rostro y desafío a mi interlocutor: "¿Vas a poder hablarme y sólo dejarte guiar por mis palabras y mis acciones?". Un espejo separa a Grecia de la antigua Roma. El nacimiento de un monstruo no es otra cosa que la visión del otro yo, pues adquiere los rasgos de la más profunda e indeleble humillación. Cuando Ulises responde al Cíclope: "mi nombre es nadie", decide usar este subterfugio, porque está representando un papel, encarna a alguien, alguien que ya no es. Él hace su parte, lo que el Cíclope no sabe es que Ulises dice: “Mi nombre es Nadie” con mayúscula; ¡Persona, es un nombre! Hace lo que haría Ulises, pero en retrospectiva, con el conocimiento y la aceptación de no ser él mismo, sino él. Es Odiseo caído, perdido, perdido, lejos de casa, lejos de todo, perdido por los dioses, es decir, asume la responsabilidad de ser el Rey Odiseo y actuar en su nombre durante el enfrentamiento con el Cíclope. Queda un poco de Ulises en Ulises, y de ese poco Ulises sacará la fuerza para volver a ser él mismo. La mayor artimaña de Odiseo dura la mayor parte de La Odisea. Declararse ser otro para ser mejor uno mismo. Porque ser uno mismo no es nada. Muchos huyen de esta posibilidad en la embriaguez de nuestro tiempo. A Baudelaire le encantaba elogiar la embriaguez por la embriaguez. Hubiera odiado nuestra era, que nunca más conoce la sobriedad. La embriaguez sólo tiene gusto en la respiración de la sobriedad. Ulises sólo puede ponerse una máscara, su máscara, teniendo un conocimiento agudo de lo que es. Ya no es rey, está sin familia y sin patria y casi sin esperanza. Lleva esta máscara frente a sus hombres también, no es que Odiseo quiera engañarlos, pero no quiere que pierdan la esperanza de nada en el mundo, por lo tanto, Odiseo debe ser Odiseo a sus ojos. Esta ilusión compasiva es bien conocida por los líderes y, si no debe durar, resulta esencial y le permite al líder ver si estos hombres continúan adhiriéndose a la imagen del líder que es tan importante como la persona del líder. él mismo Al mando, el prosopon y la persona siguen siendo esenciales. Ponerse la máscara de Ulises, dibujar su personaje equivale a gritarle al mundo que Ulises no está muerto. Esta es la identidad de Ulysse, la Ulysse como dirían los publicistas de hoy. Con respecto a Antígona, la situación es diferente. No existe una marca conocida de Antigone y Antigone actúa sola, lo que hace que su acción sea aún más sorprendente. Como Antígona es mujer, usa el espejo. Ella no es nadie frente al rey aunque sea su tío, aunque sea su futuro suegro, ella no es nadie por su árbol genealógico que es solo vergüenza, y ella no es nadie, porque estos son sus hermanos que provocar el caos en Tebas. Y es precisamente porque resulta tan fácil pensar que Antígona no es nada que se transforma en persona. Pero ella es ese espejo para Creonte que el nuevo rey nunca verá, porque nunca comprenderá la imagen reflejada, la suya. Porque Antígona se encuentra cara a cara con Creonte como una persona, una persona entre otras y mezclada con otras, vivas o muertas, venideras o presentes; la persona como tradición, lugar y aglutinante, individuo y nación, que se enfrenta al rey para decirle lo que todos deben saber: las leyes de los dioses, las leyes no escritas prevalecen sobre el poder del rey. Antígona podría decirle a Creonte: “Yo no soy nadie y es en esta calidad que vengo a educarte” en lo que no encontraríamos nada malo. Antígona no es nadie, pero en forma de espejo, porque precisamente por no ser nadie, Creonte debe ser alertado de lo que sucede. Creonte cuando Antígona aparece frente a él, traída por la guardia, no comprende que está frente a un enantiodromos, y que al elegir el orgullo, el castigo de la ofensa, la psicorigidez, sin tomarse el tiempo de la retrospectiva para saber lo que allí está en juego. , no llega a ser un verdadero soberano. Antígona te devuelve esta imagen tan sutil, pero tan impactante a la vez, Yo no soy nadie y por eso debes comprender que puedo ser tu libertad o tu destino. Creonte elige el destino.

La disputa germina del amor traicionado. Nada peor en la historia del mundo que un amante rechazado. Toda venganza, toda guerra, todo drama viene de un mal amor o de un desamor. Y los buenos organizadores de la era moderna han entendido que de este proceso irreversible nacerá una nueva y refrescante y sobre todo insaciable necesidad de reconocimiento. ¿Cuántas revoluciones se habrían cortado de raíz si se las hubiera impedido una caricia o una sonrisa? ¿Cuántas revoluciones encuentran su origen en una bofetada o en un desprecio? De esta observación, viniendo de las almas buenas, que es muy diferente de las almas bellas, porque el alma buena siente un poco de amor propio por ser lo que es lo que perturba su visión y aumenta la confusión de ella, mientras que el alma bella no sabe casi nada. de sí mismo, a veces nada... Es inconsciente de sí mismo y se humilla en esta ignorancia de la que, por tanto, deriva su primera virtud. A las almas buenas les gustaría estar enamoradas de todos, porque hay que amar, porque nos dimos cuenta de cuánto desprecio o desdén podía crear animosidades... pero ¿sólo podemos entender una situación por su acción y su reacción? ¿No es esto precisamente olvidar el alma que presidía esta situación? Porque si nos detenemos en la observación de la acción que inició esta situación y la reacción que provocó, somos indiscutiblemente, inevitablemente, insuperablemente reaccionarios. Se puede juzgar aquí el número siempre creciente de reaccionarios o demagogos o populistas, es según estos calificativos que indican sólo que un grupo de personas se lleva bien con el debate público y debe ser señalado como tal. Pero es imposible pensar, dialogar, porque falta el alma tanto en el diálogo como en el análisis de la situación. Si el desafío brota del amor traicionado, debe entenderse que es posible que nada hubiera podido evitar la reacción, o que cualquier intento sólo hubiera permitido retrasar la reacción. ¿La reacción puede ser natural? Quiero decir inscrito en el corazón de un hombre a pesar de sí mismo? El mal no pertenece al hombre. El mal se cuela en él. Si la contestación, y la reacción que es la aquiescencia de la contestación, brota del amor traicionado, del sentimiento de rechazo, de la herida de no sentirse amado como se cree que se merece, no hay remedio sino 'en el desarraigo de la raíz de la envidia. Así en el comienzo de la tragedia, cuando Antígona se dirige a Ismene en un extraordinario alegato contra cualquier forma de envidia: “Yo no te empujaría a ello; y aunque quisieras volver a actuar, no disfrutaría verte hacerlo conmigo. Sepa lo que decida. voy a enterrarlo. Me parece bien morir haciendo esto. Lo amo, estaré acostado junto a él, que me ama. Mi delito será la piedad. Tengo que complacer a la gente de allá más tiempo que a los de aquí. Allí, estaré mintiendo para siempre. Si eso es lo que decides, adelante, deshonra a los dioses. » « Mi delito será la piedad » por lo tanto el amor de lo divino. Antígona se mueve por la fuerza del amor y su amor es tan vibrante que no teme a nada ni a nadie. Este amor sacudirá a todos a su paso y hará que Creonte se asombre. A lo largo de la tragedia, Antígona equilibra el mundo de arriba y el mundo de abajo, pero siempre explica que el amor es un vínculo indestructible que supera la idea terrenal del bien y el mal. Antígona que terminará declamando su evangelio: “Estoy hecha para compartir el amor, no el odio. Pero un amor a la autoridad por encima de todo, un amor a la familia, un amor a las leyes no escritas, un amor a los dioses. Amor incondicional. No tan fácil de entender en estos días donde cualquier límite se toma por mezquindad o tentación totalitaria.

Digamos en primer lugar lo que podría haber sido este amor si no hubiera estado condicionado, porque se da como algunos en nuestro tiempo, que el amor no debe ser intimidado, en ninguna forma, y ​​que si es el este, ese es el fin de su sustancia; todo ha terminado, el amor es deshonrado. ¿Habría entonces varios amores? ¿No expresamos fraude si consideramos que hay varios amores? Hoy en día, cada impulso es visto como un signo de amor en germen, y así se confunde el germen con el fruto. El mal reside en el olvido y la confusión. “Ahora vemos como en un espejo y de manera confusa”. La confusión ? Orgullo, envidia, olvido, tantos defectos que nos adormecen como el cormorán de Baudelaire. El amor nace en el diálogo y en el juramento. Si el amor fuera sólo un diálogo, se debilitaría a la menor oportunidad, se desvanecería bajo los humores de los tiempos, desaparecería a la menor molestia. ¿Qué es una promesa aleatoria? El amor sufre también la insuficiencia o el exceso que le aportamos, demasiado o poco, pues Guénon la cantidad está en el corazón de nuestra vida y no cesa de hacernos fluctuar como juncos en el agua. La importancia que se le da al adjetivo adjunto oa la palabra que se esconde bajo la apariencia de amor y de repente quiere ser su sinónimo. La pulsión se convierte así en un amor que se expresa mal, ¡pero un amor al fin y al cabo! ¡Ahora podemos amarnos demasiado o destruirnos por amor o no apoyarnos más por amor, o incluso matarnos por amor! Ya nadie sabe el significado de la palabra amor en una época en la que nunca se había usado tanto. ¿Podemos deslizar aquí un comienzo de definición? “El amor requiere paciencia. El amor se encarga. El amor no tiene celos, no presume, no se envanece, no hace nada feo, no busca sus propios intereses, no se enfada, no entretiene enemistades, no se regocija en la injusticia, sino que se alegra en la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca se irá. Así, los exegetas han demostrado que era posible sustituir la palabra amor por Jesucristo en esta epístola de san Pablo sin cambiar su significado. No parece imposible aplicar esta definición a muchos santos si aún conocemos alguno, y por supuesto a Antígona, santa antigua y precristiana, pero ciertamente santa por su actitud y su piedad. El mayor enemigo del amor es el adjetivo propiamente dicho. La autoestima mata el amor. Nuestra época, hinchada de narcisismo, sumida en este amor propio que es la peor de las ideologías, no puede librarse de este espejo permanente en el que suena una y otra vez la agonía del verdadero amor. Todos somos Creonte mirándonos en el espejo y cuestionándolo como la bruja de Blancanieves para saber si realmente somos hermosos, si realmente somos fuertes, pero esta imagen, este reflejo nunca es como en el cuento capaz de revelarnos. nosotros la naturaleza de nuestro cariño inmoderado por nosotros mismos. Estamos afectados por el vicio del narcisismo, pero mucho más gravemente, nos hemos enamorado de este vicio; y amar un vicio equivale a no saber ya librarse de él, porque el vicio logra maravillosamente hacerse uno con nosotros hasta convertirse en nosotros. Hémon le recuerda varias veces a su padre que está enamorado de su posición. El mismo Jesucristo tiene que enfrentarse a esta exaltación de la autoestima en Pedro, su primer discípulo, cuando implora a su maestro que lo tenga consigo cuando vaya a ser ejecutado, porque no puede vivir sin él. Jesús debe hacerlo volver en sí y decirle lo que se está preparando y no es glorioso: sí, experimentará el martirio, pero no de inmediato, no con él, y sobre todo a pesar de sus declaraciones grandilocuentes, traicionará a Jesús incluso antes. el gallo ha cantado tres veces. Le mal se dissimule dans la vie quelquefois même sous de bons auspices, comme le maquignon face à l'abbé Donnissan, et profite de la faiblesse, l'anticipe, y participe, et s'immisce et dévoie tout sentiment humain aussi pur soit- Él. Antígona nada desea, nada envidia, desde la primera frase de la tragedia que lleva su nombre, ya ha realizado su íntimo deseo. Recordó el límite, el límite que da forma a los hombres, porque es trazado por los dioses.

La pérdida del límite provoca la locura. El primer límite lo constituía la familia, luego estaba la ciudad. A la familia le hemos quitado la autoridad que era el verdadero límite. La ciudad convertida en nación aún representaba un espacio comprensible para sus habitantes, los gigantescos conjuntos que devoraban el espacio que les rodeaba con el pretexto de respetar o dignificar el propio espacio, terminaron por convertir a los hombres en apátridas y sonámbulos. No hay que buscar la inmadurez de nuestros contemporáneos en otro lugar que en la pérdida de la familia y de la ciudad. Aristóteles señaló que “el hombre es un ser sociable, y que el que permanece salvaje por organización, y no por efecto del azar, es ciertamente un ser degradado o un ser superior a la especie humana. A él se podría dirigir este reproche de Homero: “Sin familia, sin leyes, sin hogar…” El hombre que fuera por naturaleza como el del poeta sólo respiraría guerra; porque entonces sería incapaz de cualquier unión, como las aves de rapiña. Aristóteles pinta aquí el retrato del rebelde permanente, un temperamento que se encuentra por supuesto en la naturaleza y que sólo se sacia con su propia ira; si esto último está justificado o no, nada cambia. Los políticos que realizan acciones contra la familia deben tener cuidado, la destrucción de las instituciones la vuelve insaciable por la voluntad de poder que engendra; esto anuncia el reinado de la anarquía que es de hecho un reinado contrario a lo que pretenden los anarquistas, porque es difícil, si no imposible, salir de la rutina de la anarquía y Creonte es el ejemplo perfecto. "El hombre tiene esta cosa especial, entre todos los animales, de que él solo concibe el bien y el mal, el bien y el mal, y todos los sentimientos del mismo orden, que en asociación constituyen precisamente la familia y el 'Estado'. El hombre, al apartarse de lo que lo eleva, se aparta de su naturaleza humana. “El que no puede vivir en sociedad, y cuya independencia no tiene necesidades, nunca podrá ser miembro del Estado. Es un bruto o un dios. Y continúa Aristóteles: “si el hombre, habiendo alcanzado toda su perfección, es el primero de los animales, también es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. No hay nada más monstruoso, de hecho, que la injusticia armada. Pero el hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe emplear sobre todo contra sus malas pasiones. Sin virtud, es el ser más perverso y feroz; sólo tiene los estallidos brutales del amor y el hambre. La justicia es una necesidad social; porque el derecho es la regla de la asociación política, y la decisión de los justos es lo que constituye el derecho. ¿Cómo se pasa del desamor al desencanto y la revuelta? Dando rienda suelta a sus estados de ánimo, permitiéndoles el acceso al interior, al mundo libre, permitiéndoles la propaganda a través de la acción. ¡Pero a través del estado de ánimo, solo el individualismo señala! “El estado de ánimo es lo que hace nuestra particularidad individual, nuestra experiencia personal. Tenemos mal humor, buen humor, estados de ánimo fugaces. (Julián Freund). Los estados de ánimo se convertirán en pasiones, afectos... pero la huella de estos deseos permanece en lo profundo de la civilización. Pronto, nada habrá que decir contra sus estados de ánimo, porque encarnarán la identidad del individuo. Así el que ha pecado responderá que lo es, entendiendo por esto que no puede ir contra lo que es, queriendo hablar de su naturaleza. El cristianismo, que impuso la regla "solitus in excelsis" como un fin en sí mismo, será olvidado y se romperá el último dique. Porque domar tus estados de ánimo significa controlarte, aprender, domarte, por lo tanto, obedecer. La violencia gratuita que vemos en casi todas partes en nuestro tiempo es solo una legitimación de estados de ánimo. Esta violencia florece entonces y se declara, gratuita y obligatoria, dos adjetivos que podrían parecer contradictorios, pero que no lo son. Porque es necesario expresar el menor despecho aunque no esté anclado en ninguna de las causas de la manifestación; uno expresa su despecho para expresar este despecho, porque uno también es valioso a través de su despecho. El soltar las emociones ha olvidado el error, no es posible cometer un error, si uno es uno mismo. Al tachar el error, estamos tachando el ser, como dice Sócrates en el Fedón. El mundo moderno dibuja los límites de la autenticidad. Tienes que ser muy consciente de que, dado que todas las palabras, todos los significados, pueden darse la vuelta e invertirse, ya no es posible pensar en una cosa sin pasarla por el tamiz del estado de ánimo. Nuestros mayores habrían encontrado esto una trivialidad odiosa. El yo y el yo se vuelven uno porque el segundo ha desintegrado al primero. En este odio que esconde su nombre, este odio que quiere alcanzarlo todo sin saber qué es todo, pero donde todo es todo, odio por un lado hacia mí porque desciendo de esta familia conformista y pequeñoburguesa, odio hacia esta familia que simplemente no se rebeló; falta de reacción, odio a esta forma de indolencia; leer: que no dio rienda suelta a sus humores, que se enorgulleció de sus buenos modales, odio luego vivo, odio a esta familia que me asfixió, a este padre y su autoridad artificial, a esta madre y su dudosa empatía, a sus hermanos y las hermanas y sus mezquindades, su religión conformista, todo lo que cae en la canasta del bienestar, el saber hacer… ¡todo lo que me choca! Protegerse del yo es, en efecto, la primera función de la familia. Aristóteles recuerda el problema inherente a la pérdida de la familia o del derecho, de todo lo que limita, traza un contorno y permite crecer, "cauterizado" por el deber y no sólo por el derecho: "El hombre que sea por naturaleza tal que el del poeta sólo respiraría guerra; porque entonces sería incapaz de cualquier unión, como las aves de rapiña. E insiste: "Pero el hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe emplear sobre todo contra sus malas pasiones". Sin virtud, es el ser más perverso y feroz; sólo tiene los estallidos brutales del amor y el hambre. Aristóteles usa el término afrodisíaco para el amor; por lo tanto, sería bastante justo hablar de drogas sexuales más que de puro amor. Animalidad y hambre, violación y saqueo, en otras palabras. Anteriormente, todo aquel que quisiera escapar de su familia, de sus leyes, de su ciudad, soltaba las amarras. Iba a por el largo camino y escapaba de su condición, o al menos se hacía la ilusión de ello. La velocidad del transporte que hace que todo sea accesible de inmediato lo ha hecho imposible. Ya no es posible escapar. Así es como se persigue la intimidad misma. Sólo extimidad tiene derecho de ciudadanía. Si bien es imposible construir sobre la ira, la fuente de la ira siempre resulta ser un caldo de cultivo prolífico. Así sobre el sentimiento de desgarro, sobre esta carencia o esta herida emocional, germinará un camino paralelo a la civilización, un camino donde sólo prospera la ira, donde sólo fructifica la ira, donde sólo se escucha la ira. Este es todo el problema de la ira, si fuéramos conscientes de ella, desaparecería. La ira suprime la distancia que permite la cercanía. La ira no sufre su sombra. Agarra el pudor para golpearlo, lo mataría si pudiera, porque el pudor lo desintegra obligándolo a verse desnudo.

¡Qué tristeza ver al amor, el mayor sentimiento humano, generar acritud, temperamento, ira! La sociedad que se desplegó después de la Segunda Guerra Mundial retomó poco a poco su personal peregrino del individualismo y esta búsqueda cobró vida muy rápidamente en torno al odio a la autoridad, a los padres, a los maestros, a todo lo que me oprimía, entonces el hombre occidental se entregó al amor por el otro. . El odio a sí mismo lo entregó en cuerpo y alma a los brazos del otro, pero no cualquier otro, un otro virtual, un otro idealizado, perfeccionado, amado no por sus cualidades, amado por su cualidad de otro, un otro sobre la tierra, tampoco allá ni aquí, maleables a voluntad por desencarnados. Este otro formará un gran populacho y exotismo colonial. El individualismo nos lleva tan lejos del hombre. Al fantasear otro ideal porque otro, el mundo moderno llegó a una forma de apoteosis donde el hombre deshumanizado lucharía por sus estados de ánimo y sus deseos que le habrían sido impuestos sin que él se diera cuenta. En la búsqueda del otro, lo único que cuenta es mi confusión, mi desconcierto frente a algo completamente diferente de nosotros, pero para que haya un yo, ciertamente debe haber un sí mismo, de lo contrario no hay punto de encuentro, punto de encuentro. conexión entre el alma y el cuerpo y el espíritu, sólo una mancha y una magulladura del primero y los otros dos transformados en una perpetua salida. Hoy en día, la búsqueda del otro se parece a la interfaz de una gran base de datos, donde todos están etiquetados y, por lo tanto, conocidos y listados. ¿Qué problema podría causarme un ser cuya etiqueta y descripción he leído incluso antes de conocerlo? Es el caso de todas aquellas personas que sólo tienen en la boca la palabra mestizaje, pero que nunca hablan del mestizaje que es sin embargo y hasta que se demuestre lo contrario la humanización del mestizaje. Se niega a hablar de ello porque el mestizaje no es una ciencia del ser, donde nos interesaría el ser mixto y lo que experimenta, la dificultad de estar allí y en otro lugar, de allí y de aquí, sin saber nunca si su elección es bien o mal. El mestizaje es una ideología al servicio de personas que odian la pureza y la autenticidad. Es fácil reconocer una ideología: sale de la boca de un robot, de un hombre que de repente se ha convertido en robot porque está recitando una letanía o un rosario, pero sin ninguna intercesión del espíritu. ¡Su diversidad es una y la misma! ¡Advertencia, engaño! Recurramos de nuevo a Antígona: ¿cómo reconocer que algo no es uno mismo si uno no se conoce a sí mismo? “Solo aquellos que poseen una fuerte individualidad pueden sentir la diferencia. En virtud de la ley: todo sujeto pensante supone un objeto, debemos plantear que la noción de Diferencia implica inmediatamente un punto de partida individual. Que tales saborearán plenamente el sentimiento maravilloso, que sentirán lo que son y lo que no son. El exotismo no es, pues, ese estado caleidoscópico del turista y del espectador mediocre, sino la viva y curiosa reacción a la elección de una fuerte individualidad frente a una objetividad cuya distancia percibe y saborea. (Las sensaciones de Exotismo e Individualismo son complementarias). El exotismo, por tanto, no es una adaptación; No es pues la perfecta comprensión de un fuera de sí lo que uno quisiera abrazar en sí mismo, sino la percepción aguda e inmediata de una eterna incomprensibilidad. (Víctor Segalen). Llegar a ser uno mismo, llegar a ser lo que uno es, es por lo tanto esencial para comprender al otro. ¡Qué gran lección de Antígona!

La dictadura del otro sólo ha crecido en los siglos XX y XXI, en formas siempre diferentes pero donde la esencia del exotismo siempre se encuentra como fundamento. Todos se hacían gárgaras, lo usaban descaradamente como pasatiempo, como abogado y como fiscal. Como una salida para el odio a uno mismo; el otro se ha excluido a todos y ha trazado los límites de un amor que sólo podía ser exclusivo. La dictadura del otro ha evacuado la autorreflexión reemplazando el “yo creo en” por el “yo creo que”, fermento activo de un totalitarismo que impone la sumisión. “Creo en” proviene del testimonio interior comunicado. Se basa en la vida interior y sus lecciones. Prospera en el amor propio, que es lo opuesto al amor propio. La vida interior explora tanto el bien como el mal, y no duda en examinar tanto las causas como las consecuencias. No es posible apartarse de uno mismo por lo que hay que aprender a amarse a uno mismo. Como los padres con su hijo, como el dedo con la mano, el pie con la pierna, no se trata de partir de lo que no gusta para alabar sólo lo que se encuentra de acuerdo con el espíritu de la tiempos o la ideología imperante. No se trata de enamorarse, sino de amar, lo que requiere cierta madurez. “Un buen ejemplo de Jules Boissière que, provenzal, felibre, escribió sus más bellos versos felibrianos en Hanoi. Escucharse a uno mismo, escuchar al propio ser íntimo, es ser sensible a la diversidad. En este sentido, la religión pone en contacto con el padre, porque qué cosa más diferente del hombre que Dios. Diferente y más cercano si hemos de creer en las Sagradas Escrituras. Intimior intimo meo, decía san Agustín, sabiendo abrir todas las capas que uno ha depositado en su alma para descubrirla de nuevo y así acercarse a sí mismo, y acercándose a sí mismo, mantener la propia vida interior que es diálogo con lo divino . Esta distancia que se llama proximidad.

Dije la formidable gramática de Sófocles con el uso del prefijo αφτο presente a lo largo de la tragedia. Sófocles impone a sus personajes este proceso de reconocimiento del otro a través de uno mismo. Son libres de ceder o no a este mandato gramatical. Este retorno a uno mismo da testimonio del otro. Los lazos que se tejen en la tragedia a través de este "ida y vuelta" permanente y si el poeta no muestra la investigación, los diálogos interiores de los personajes, aparecen muy presentes, especialmente en Antígona que desarrolla todo lo que sabe en su interior, es decir de esa intensa vida interior que ha cultivado y hecho prosperar. Es su vida interior la que le quita todo deseo. Antígona tiene una importancia extraordinaria en nuestro tiempo como antídoto contra la locura amnésica e individualista. Así que la crítica debe ser siempre amor, porque obliga a la compasión con el bien y con el mal.

"No tiene título que me separe de los míos", responde Antígona a Ismene. Creonte no tiene título, es decir, no tiene autoridad. Para separarme de mi pueblo, el edicto tendría que venir de arriba, de los dioses tal vez. ¿Quién más puede reclamar el derecho a romper el amor? Antígona sigue avanzando a lo largo de la tragedia; ella sola está en movimiento; todos los demás personajes se momifican en su camino. Esta pequeña Antígona desde el primer verso tomó la decisión de morir por amor. La mayor prueba de amor que podemos dar a los que amamos será Jesucristo. “Váyanse, pues, con gloria y con cánticos de alabanza, a este foso de muertos. No te ha golpeado una enfermedad devastadora y no has recibido la recompensa de un golpe de espada, pero, el único mortal, desciendes al Hades vivo y libre» respira el corifeo. Antígona da su vida, porque no pudo sufrir la deshonra de no hacer nada ante la ignominia. Antígona no puede fallar. Antígona no podría haber vivido sin enterrar a Polinices, eso es lo que ella entiende por honor; el honor no le sirve para enorgullecerse, sino para no hundirse bajo una braza que le resulte inaceptable. Antígona no discute el derecho de Creonte de condenarla, no lo disputa porque esta condenación cae precisamente bajo el poder de Creonte, y Antígona no disputa el poder, incluso lo acepta con una hermosa tranquilidad, en cambio niega a Creonte la autoridad. para hacer cumplir esta ley. “¿Quién sabe si tus fronteras tienen algún significado entre los muertos? dice, segura de sí misma.

Antígona sabe que el amor desafía a la muerte. Todo amor quiere ignorar las limitaciones naturales como la separación o la desaparición. El amor de Antígona por su familia muestra que el amor no elige, no disecciona, es todo o nada, no amamos a medias, tampoco amamos a veces; el amor aspira a la plenitud y Antígona muestra que se debe amar en tres dimensiones: con el cuerpo, la mente y el alma. ¿Por qué morir por una persona muerta pueden preguntarse los lectores modernos? Para no morir uno mismo, respondía Antígona, a quien esta pregunta le parecería grotesca. Antígona recuerda la filiación y por tanto la transmisión, lo que le permite tener una coincidencia entre sí y sí; conocerse, reconocerse, le permite apreciar y amar todo en plenitud, dispuesta a afrontar el trágico conflicto, del que sólo sale victorioso el amor.


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