“Se nos dice que el aire del mundo es irrespirable. Estoy de acuerdo con eso. Pero los primeros cristianos encontraban cada mañana en su puerta un ambiente saturado de vicios, ídolos e inciensos ofrecidos a las divinidades. Fueron por más de doscientos años relegados, calumniados y marginados por la corriente del río social que los arrebató y los rechazó por completo. ¿Crees que la gracia de su bautismo los alejó casi en su totalidad de la vida urbana? Renunciaban a participar en grandes actos cívicos, como la toma de posesión de un magistrado, o el triunfo de un general victorioso, porque ninguna de estas ceremonias podía inaugurarse sin un sacrificio de incienso ofrecido al emperador, carácter divino. La gracia de su bautismo los mantuvo alejados de las termas, lugar de reunión matinal muy apreciado por los romanos, por la desnudez de sus cuerpos y la desvergüenza de sus actitudes. También abandonaron los espectáculos circenses por las escenas de crueldad que los convertían en el tema principal. Pero estos primeros cristianos formaron una sociedad, y esta sociedad por la fuerza del espíritu rompió el caparazón del antiguo paganismo. Su esperanza terrena se limitaba al deseo de no morir antes de ver a Cristo regresar sobre las nubes, y fueron los fundadores de la Europa cristiana. »
Dom Gérard, en El cristianismo del mañana
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