Cuando comencé este blog, muy rápido se me ocurrió la idea de escribir sobre la liturgia. No para reclamar el estatus de especialista, sino para compartir mi experiencia sobre lo que está en el corazón de la vida de un cristiano. Eran, pues, dos caminos que debían fusionarse: era necesario contar la misa (y sus bondades), y luego confiar el viaje que la había revelado.
Parte 1: ¿Qué misa para qué Iglesia? - Frente a la iglesia
Durante 1987, pensé que había llegado mi hora. Mi vida se estaba desmoronando. La vida nunca se desmorona, me llevará algunos años darme cuenta; o se detiene, o se transforma. Mi vida se transformó pues, violenta, intensamente, me ofreció los enantiodromos como dicen los griegos. El enantiodromos es ese camino que parte, que separa, que se hace dos, y nos enfrenta a una elección. Los enantiodromos me permitieron entender lo que era la libertad. Era una situación sin precedentes, estaba a punto de darme cuenta. Esta travesía donde la vida da un giro completamente inesperado marca el paso de la infancia a la edad adulta. Este momento no tiene edad. Quiero decir que puedes experimentarlo a cualquier edad. Lo que no debes hacer es no vivirlo. No comprender qué diferencia la libertad experimentada en la infancia de la libertad elegida en la edad adulta. Debido a la elección hecha, nos convertimos en otro; la experiencia nos revela y da marco y fundamento a la personalidad.